Siempre la opción más fácil. La que no duele hasta que no aprendes a mirarla fijamente a los ojos.
Puedes correr, alejarte de ellos e incluso creer que ya no existen a cientos de kilómetros de allí como el día en el que decidí hacer las maletas. Pero siempre vuelven, te das cuenta de que las excusas no sirven de nada y aún así tus pies siguen avanzando en la dirección opuesta a ese fantasma del pasado al que llamamos PROBLEMAS.
Y cuando ya no quedan más opciones y sigues pensando que no estás preparado para poner los puntos sobre las íes aparecen un puñado de excusas baratas, solo para seguir alejándolos.
Puedes vivir -o mejor dicho sobrevivir- sin responder a ellos toda una vida. Aunque, amigo, son más rápidos que tú. No importa donde estés, van a seguir siendo fieles a ti hasta que no los cojas por el puto cuello.
Me faltan manos para agarrarlos a todos por la pechera y me he quedado sin argumentos para seguir corriendo. Estoy cansado, necesito un trago de aire y agua. Ahora se acabó el ver, oír y callar que me insuflé y con el que forjé un caparazón -quizás una fortaleza medieval- para proseguir una huida cobarde.
Es el momento de correr, pero en la dirección opuesta. Sin excusas -porque nunca las hubo-.
